Martes del Fin del Mundo

Plaza Patria
20 de junio de 2017


Yo vi cómo construían Plaza Patria: vivíamos en la Avenida Ávila Camacho, a esa altura donde las cuadras son larguísimas. Yo estaba en los primeros años de la primaria, así que tendría unos 7 u 8 años; eso quiere decir que sería el año 1978-1979.

La primera tienda de la plaza que completaron fue Suburbia. Toda esa área de plaza que ahora son dos plantas de tiendas y pasillos, en aquel entonces eran montañas de tierra y máquinas y gente y más tierra. Mi hermana y yo llegamos a correr entre ese terregal, esperando a que mi mamá saliera de trabajar —precisamente— de Suburbia.

Con los años seguí yendo, primero a comer a la Pastelería Francesa y al cine, y luego a saborear nieve y a comprar ropa y zapatos. Incluso a jugar en las maquinitas y a hacer el mandado en el Gigante. También me compraron mis uniformes para la gimnasia y el básquetbol en Deportes Guerra.

Crecí, me mudé mil veces, me hice señora y mamá. Y mientras, la Plaza Patria comenzó a mutar, hasta que derrumbaron Suburbia para remodelar y ampliar la plaza de ese lado. Desde hace meses hemos visto cómo el centro comercial ha sufrido cambios: le construyeron un alambrado y no se puede ver bien lo que ha pasado con ese espacio, solo que tiraron la tienda de dos pisos y cavaron aun más.

Acabamos de ir a Plaza Patria y nos encontramos con que ya hay una nueva edificación donde estaba Suburbia, y no tiene nada que ver con el diseño arquitectónico del resto de la plaza. Sentí rarísimo: ver otra vez todo lleno de tierra y maquinaria fue como el fin de aquel mundo que yo habitaba. Ahora hay partes nuevas, ajenas, modernas, desconocidas. Todo comenzó de nuevo. Se acabó y comenzó y se acabó.







La gota voladora
13 de junio de 2017


Una se prepara para la ocasión: planchar camisa blanca, arreglar cabello (con la ayuda de aparatos y toda la cosa), ponerse perfume, calzar unas buenas botas de gamuza —sin tacón, of course—, e intentar maquillarse rápida pero efectivamente (unos cuantos detalles ya me hacen parecer maquillada).

Luego viene el lavado de cerebro: hay que estar presentable, amigable, cordial. Después de todo, esto es un evento escolar y yo quiero estar muy "soy la mamá de Regina" y todo. Hay que estar al tiro, digamos.

Todo sucede, y una sale de la escuela sintiéndose la gran señora respetable: mi hija ya sabe leer y escribir. Voy toda orgullosa, pavoneándome por la banqueta.

De pronto me doy cuenta de que algún ave de las que se pasean por los árboles de la escuela ha cagado en el hombro de mi camisa. Son dos manchas pequeñas y amarillas, líquidas ya secándose con mi calorcito corporal. Llevan ahí un rato, acompañándome y saliendo en todas las fotos que nos tomaron la directora de la escuela y la maestra del grupo. Están a unos cuantos centímetros a la izquierda de mi sonrisa especial, esa que es ancha y de neta. Están ahí, con sus colores de diarrea de conguita, pajarito muy tapatío.

Comparto imagen de una conguita. Quién sabe, tal vez ella me cagó. O conoce a la conguita con diarrea que me coloreó la camisa.









El último martes del resto de nuestras vidas.
18 de diciembre de 2012





El 17 de diciembre de 1989 perdí la tapita del compartimiento para las pilas de mi radio portátil. Al cabo de unos días de buscarlo por muchos lugares y no encontrarlo, terminé evitando que se salieran las pilas poniéndole cinta adhesiva al radio, que también tocaba casets. Recuerdo muy bien el pegamento en mis dedos después de una semana, la cinta encimada, el cambio pegajoso de pilas y finalmente el abandono del aparato por algún otro que tocara mi música.
Hoy encontré la tapita. La misma tapita de plástico blanco de diseño redondo que encajaba en el resto del radio portátil. Me quedé mirándola y la reconocí después de unos segundos. Tenía frente a mí el objeto más inútil y estúpido que he visto. Me imaginé la broma cósmica de otra yo en otra dimensión, viendo desde algún lugar –divertida– mi reacción, como si yo –yo mera– fuera un ratón en algún cruel experimento de laboratorio. Me la imaginé imaginando qué haría yo, si reconocería la tapita y si me espantaría. Pero no, nada de eso. Creo que la sorprendí al comprenderla como una señal del fin del mundo.

El primer fin del mundo que recuerdo me tocó vivirlo en el D. F. Todos los niños estábamos muy emocionados, pensando en cómo iría a lucir todo al final. A día siguiente del anunciado final me sentí muy desilusionada.

Qué bueno que ya va a pasar el fin del mundo.

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Y con esta entrada cierro estos pocos textos que el fin del mundo me dio. 

Nos vemos en el próximo fin del mundo.

V.









¿Quién limpiará?
9 de octubre de 2012



Al final, cuando nuestras vidas estén derrumbadas junto a los edificios en ruinas, sólo las difícilmente reconocibles imágenes que antaño colgaron de nuestras paredes darán algún indicio de nuestra dudosa existencia.

Por ejemplo: la esquina de una foto en blanco y negro (no sabríamos si fue tomada así o si el tiempo que este pedazo de fotografía ha pasado bajo la radiación solar la ha despojado de sus colores) y lo que queda de la imagen de una calle: la banqueta que se hace delgada conforme la perspectiva la achica, la basura conformada por hojas de un árbol que lleva muerto -hasta este momento- un tiempo pesadillezcamente indefinido, y una sombra. No sabríamos si fue un sujeto o un objeto el que proyectó esa sombra, sólo sabríamos que a alguien -otro ser humano- le interesó conservar esta foto.

Y eso es todo. Todo lo que -si fuiste el suertudo poseedor de esta foto, o si posaste en ella, o si tú la tomaste, o incluso si tuviste qué ver en su manufactura- quedaría como prueba de que estuviste aquí.

Y entonces sólo quedarás tú, de entre millones de personas, y ese alguien -el otro ser humano- que barre lo que quedó de nosotros.




V.







Ardemos
24 de abril de 2012


Según yo, el Bosque de La Primavera (único pulmón de esta zona metropolitana del occidente mexicano) lleva ya cuatro días en llamas. Desde el sábado la columna de humo gris se levanta para que, desde cualquier punto de la ciudad, la veamos; y cada día ha ido creciendo y avergonzándonos a todos.



Esta foto es del domingo, desde el Parque Metropolitano.


Es el fin del mundo, todo arderá.

Lo primero en quemarse sin remedio será aquella zona tan linda y tan fresa, y para muestra basta esta foto, publicada por el periódico Mural en su portada de hoy.



Luego, uno a uno, colonias y pueblos irán convirtiéndose en cenizas cochambrosas. Claro, todos podremos salir y emigrar para ganarle la carrera al fuego. Pero ¿cómo escaparemos de la negligencia, de las puercas ganas de poder, de la cómoda corrupción? ¿De qué servirá salvarse de un infierno urbano si a donde vayamos estableceremos los moditos que nos han llevado a este Fin del Mundo?

En este momento tengo que dejar de escribir porque el humo ya entró en la casa. Tengo que ir por un tapabocas, hacer la maleta del fin del mundo, y salir a buscar refugio.  








Todo el mundo sabe que el mundo se acabará en martes.

Y todo parece indicar que nuevamente terminará todo lo que conocemos, tal y como lo conocemos.

Yo me quiero apurar a comenzar con este proyecto para ir registrando todos los indicios de que, efectivamente, el mundo colapsará. En martes. También para anotar aquello que hay que experimentar antes de toda la destrucción. Y, por qué no, dejar un documento a la civilización siguiente. O no.



El temblor constante
17 de abril de 2012



Aquí se pueden observar nuestras caras de desconcierto.
Yo hasta mandil traigo.


¿Se fijan que comenzó a temblar muy seguido? ¿O cuándo comenzó a hacerse costumbre el amanecer con  la noticia de un nuevo movimiento telúrico? Yo tengo esta maldita fobia a los temblores, y para mi mala suerte seguro que el fin del mundo será con un terremoto fulminante. Ay.

El otro día (hace casi una semana) nos tembló en Guadalajara y fue horrible. Primero, aquí nunca tiembla. Segundo, aquí nunca tiembla. Sólo pensaba en eso. Y en tuitear (bajando las escaleras junto a mi marido, quien cargaba a nuestra hija de un año, yo, en medio de todo mi estupor y mis ganas de reclamarle a alguien, me puse a tuitear como para hacer algo que me resultara familiar).

¿Quién nos asegura que, de aquí a diciembre —fecha límite del mundo según el rumor: 21 de diciembre de 2012— no habrá un nuevo temblor cada 15 días, siempre más espantoso y destructivo que el anterior, hasta que el mero día estemos organizando nuestras vidas entre las calles llenas de escombro y muerte? Nadie. Digo, puede pasar. O tal vez no vuelve a temblar hasta el 20 de diciembre: un terremoto de tal magnitud que todas las penínsulas se desprendan de los continentes, y las grietas nuevas en la tierra se traguen edificios y glorietas y montañas completos.


Comentarios

VenusEnVirgo ha dicho que…
Uff Vero, esta cosa de los temblores. El epicentro fue hacia Michoacán y por tanto hacia Sayula (mi pueblito y el lugar en donde me encontraba) Ni te cuento como se sintió! Sayu se encuentra sobre la falla de San Andrés, y en estos días los temblores están coincidiendo con la falla.
Hace tiempo, un investigador del CUCSH fue a presentar a Sayu su investigación sobre el desprendiemiento de la zona sur del estado, buena hipótesis. Sayula se hará Isla según dijo y nadie creíamos... pues nada, esta cosa del temor a los temblores y las profecías.
Verónica Nieva ha dicho que…
Tú agárrate bien a la hora de que Sayula se convierta en Isla. Luego agarras una botella y le metes un recadito y me la envías. Si es que no hay internet.

No, ya en serio: ¡qué miedo! Nota mental: ir a conocer Sayula HASTA el 2013. JE.

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