Dos días y tres noches

(Esta foto me la tomé un día después de mi choque: clávense en los rastros del tremendo pedo que me saqué).

Él se fue, y las primeras horas del lunes pensé que iba yo a enloquecer. Y qué exagerada porque nomás se fue unos días (yo le conté optimista “mira, si nos vemos el lunes que te vas, y el jueves que regresas, sólo te dejaré de ver dos días, martes y miércoles”). Pero esos dos días —y tres noches, que son un chingo para estar sin él— me parecieron un camino largo y aburrido. Sin trabajar y con esta funda para cuellos torcidos, sin movilidad, sin posibilidad para sentarme en la compu por horas para que el tiempo se escapara en chinga, esos “dos días” pasaron lenta y espesamente.

Los horarios para las comidas de cada día estuvieron bien estipulados, así que al menos comí sin saltarme ni una sopa. De ahí en fuera todo lo demás se volteó patas-pa-rriba: dormí algunas horas con luz del día, y por las noches, la sensación de que en cualquier momento él llegaría, me quitó el sueño; por razones que llenarían otro post, me encontré viendo “La Academia” el martes, “Magnun, P.I.” el miércoles, “Dallas”, y algunas películas viejitas —de esas que iluminaron a colores cuadro por cuadro— el jueves, cuando a mí lo que me gusta es ver películas de terror, o policiacas, o de acción, o ya de menos violentísimas.

Pero mientras, otras cosas estuvieron pasando: él me llamó por teléfono, contestó mis correos llenos de miel (con miel de regreso, claro), y anduve por toda la casa dejando vasos con agua a medio tomar, la ropa sucia en el sillón, las revistas y los libros encima de cualquier lado, la música a todo lo que daba (sin molestar a los vecinos, pues), y, en general, adueñándome de este espacio. Finalmente me sentí sola y agusto, en mi territorio, digamos: fue necesario que él se fuera dos días y tres noches para que yo dejara de sentirme como una visitante.

Para el jueves en la tarde llené la tina con agua caliente y burbujitas; me di un baño tranquilo mientras escuchaba el ruido de la calle pero con efecto “sordo” por estar con las orejas dentro del agua; me vestí con calma; me maquillé; me arreglé el pelo con la secadora, y me vestí pensando en lo mucho que le gusta ese suéter verde. Me di cuenta de que dejé de sentir su ausencia, y la sensación fue diferente: tuve un gusto enorme al saber la hora de su llegada, y también me sentí bien estando sola.

Él llegó el jueves, para la hora de la cena. Me contó su viaje, me enseñó las fotos que tomó, y se divirtió describiéndome personajes y sus cuentos. Para la hora de dormir le dije “la vida sin tí es igual que contigo, pero la prefiero contigo”.

Ahora lo adoro mucho más que el domingo pasado.

Comentarios

Zërmend ha dicho que…
Santos Manies!!!

Entro al blog y lo primero que veo es la foto de una mujer recién atropellada!!!


jajajajajaja.


Saludos tapatíos.

Me encantó la imagen saludando a la cajera.


^_^
Verónica Nieva ha dicho que…
Ponle que no me atropellaron pero así me sentía: como si me hubiera pasado un trailer encima.

Saludos tapatíos de regreso, y trucha: Guadalajara es cada vez más peligrosa pa manejar.

Y a todas las cajeras amargadas del mundo: ¡güevos!
mariana m* ha dicho que…
Pos para estar recién "atropellada", te ves muy guapa en la foto. Y el post del amor, me encantó. Tú sigue posteando, enojos, felicidad, aquí te esperamos pacientes para leerte.
:-)
Verónica Nieva ha dicho que…
Oye, gracias por la florrrr.
Qué cosa, hubo a quienes les pareció que mi post del amor desentonaba con la roña habitual, así que muchas gracias.

Y reportando: la jefa del Pelón está mejorando. A ver si ya pronto los visito.
Unknown ha dicho que…
Yo hace algunos meses también tuve un accidente en auto y tuve que usar collarín un mes, que incomodo fue pero bueno ya paso y estoy como nuevo, que te mejores pronto
Anónimo ha dicho que…
Falcon...que ÑOÑO.

Entradas populares