Hoy, aquí

Cada tiempo, un terreno. O sea, tiempo-espacio.

Los años y la distancia entre los actos y los pensamientos, y sobre todo los sentimientos. Pasa un minuto, una hora, un mes, diez años, y las cosas cambian, se revuelven y evolucionan. Y al paso del tiempo nuevos mundos, todo nuevo.

La sala que albergó dos seres que creyeron amarse fue en realidad —por ejemplo— un viaje que terminaría pronto y para siempre; sólo volcaron sus soledades en un mismo beso fingido, en la satisfacción incompleta, en la añoranza de un sentimiento real y duradero, en la desesperación de no estar (en el caso de él) con el amor de su vida, con la mujer que es suya desde el principio del tiempo-espacio.

Pero este espacio-tiempo también trabaja a favor, también entiende, también decide, valora, sopesa: quién le pertenece a quién, qué sentimiento será en una precisa vía-persona, devuelto con igual intensidad-realidad-verdad. Este espacio-tiempo da oportunidad de estar en el momento y lugar precisos, y caer en la cuenta de que se está frente a la única persona que entenderá y recibirá eso que es creador de galaxias.

Y aquí, el pasado y las otras recámaras que no son ésta, quedan borrados, olvidados para siempre, enterrados y en cenizas inhertes y estériles. Queda la nada, y el todo de "la luz del presente", como él mismo dice. Esta luz alumbra con toda su armonía este instante y este lugar, y alumbra todos-todos-todos los rincones del interior de ella, y los llena y los embellece, y se quedarán así, ellos dos juntos (este hombre y esta mujer), manteniendo el balance (la equivalencia) del Universo entero, para siempre.

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