Ventanilla 2



Hay una gorda mujer que quiso ser cajera. Es gorda porque no le queda de otra. Y es cajera porque le gusta practicar la crueldad.

Desde su ventanilla despacha indolente a la larga fila de clientes acalorados que sólo esperan que no les toque con ella. Porque a esta hora venimos los mismos: el que se baja de su moto con todo y casco, la ñora con el escuincle que siempre descompone el laberintito que marca la fila, el señor que saluda a cada uno de los ejecutivos en los escritorios, un par de secretarias con uniforme de la tienda de muebles de enfrente, el albañil que viene por la lana pa´l Maistro, dos doñas que son hermanas y que tienen rebozos tejidos al mismo tiempo, el señor con el hijo en sillita de ruedas al que le gusta pisar los pies de todos, y yo, que de esta visita semanal no me salva ni la lluvia ni el hambre.

Hace como 2 semanas, el astuto chamaco en ruedas le dijo a su papá, que era el primero de la fila y estaba listo para pasar con el primer cajero que se desocupara: mira papá, te va a tocar con la que te cae gorda. El pobre compa nomás se quedó inmóvil, como decidiendo si se disculpaba con la cajera diciendo que su hijo era estúpido, o esperaba valientemente a que otro cliente acabara con su asunto. Por su puesto, pasó con la gorda, sudando y riendo, y le dijo nerviosísimo que su hijo era estúpido, pobrecito, compréndalo, se la pasa diciendo pendejadas.

Desde ese día supe que a todos nos cae gorda. Y es que hasta te devuelve un cheque —con una fruncida de trompa que luego se convierte en sonrisa— si no pones la dirección antes del teléfono por detrás del papelito. Si caes en su ventanilla te rechaza el trámite que quieras hacer. Se tarda más si ve que te desesperas. Si le quieres hacer plática para alivianarla preguntándole si ya comió, o que qué calor hace, ella se te queda viendo justo dos segundos más de los necesarios con el fin de que te des cuenta de que eres una idiota por creer que te va a contestar, y luego sí te contesta. Se voltea con alguno de sus vecinos-cajeros y les avienta un diálogo de una conversación que seguro ya tenían desde antes de que fuera tu turno; pero no creas que es de las que platican mientras cuentan el dinero. No, ella, la méndiga gorda, deja los billetes y se rasca la cabeza o se saca la tierrita de las uñotas.

Tan joven, la gorda. Hoy me le quedé viendo cínica y detenidamente: alguien le plancha la blusa —ella no lo hace porque se necesita ser perfeccionista para planchar—; le gusta usar tres colores de sombra en los párpados; su perfume no es ni de Avon; paga una lanota para que le pongan encima del barniz odioso de sus garras, unas piedritas de colores que ni combinan; no se depila el bigote; tampoco se saca los pelos fuera de lugar en las cejas; usa delineador de labios, rellenador de un color mucho más claro, y encima de todo, un brillo denso como su saliva; le aprieta el uniforme. Pero es tan joven. ¿Cómo supo su vocación tan joven? ¿Cómo se dio cuenta de que podía dedicar su vida a acedar los momentos de todos los que pudiera? ¿Cómo supo que debía ser cajera?

Comentarios

andobas ha dicho que…
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